sábado, 5 de octubre de 2013

Paraíso Robado - Cap: 18


Miley observaba cómo los rayos de sol se reflejaban contra el anillo de oro que Nick le había puesto en el dedo durante la sencilla ceremonia matrimonial llevada a cabo por un juez de la localidad, y de la que Julie y Patrick Farrell fueron únicos testigos. Comparada con las lujosas bodas religiosas a las que Miley solía asistir, la suya había sido no solo breve, sino también parecida a una transacción comercial. En cambio, la luna de miel que celebraron en la cama de Nick fue todo menos una transacción. Con la casa para ellos solos, su marido la había mantenido despierta hasta el alba, haciéndole repetidamente el amor. Miley sospechaba que Nick se había superado a sí mismo para hacerla olvidar que no podía ofrecerle una luna de miel convencional.

Pensaba en ello mientras frotaba ociosamente el anillo contra la tela del vestido que Julie le había prestado. En la cama Nick no parecía necesitar que ella le devolviese todas sus caricias. A veces, cuando él le estaba haciendo el amor, ella suspiraba por corresponder al placer que recibía, pero no se decidía a tomar la iniciativa y esperaba a que su marido le demostrara que deseaba que lo hiciera. A. Miley le molestaba la idea de recibir más de lo que daba. Sin embargo, cuando Nick la poseía, se olvidaba de este detalle. En realidad, se olvidaba del mundo entero.

Esa mañana, todavía medio dormida, él dejó la bandeja del desayuno sobre la mesita de noche y se sentó a su lado. Miley sabía que durante el resto de su vida recordaría el juvenil encanto de la sonrisa de Nick al inclinarse sobre ella y murmurarle al oído:
–Despierta, bella durmiente, y dale un beso a este sapo.
Al mirarlo, no vio rasgos de niño en aquella mandíbula cuadrada y firme. Sin embargo, en otras ocasiones, cuando reía o cuando dormía con el pelo negro ensortijado, los rasgos de su rostro, más que duros, eran tiernos. ¡Y sus pestañas! La mañana anterior, se había fijado en ellas mientras Nick dormía. Miley sintió el absurdo impulso de arroparlo, porque parecía un niño dormido.
Nick la sorprendió en pleno examen y bromeó:
–¿He olvidado afeitarme esta mañana?
Miley se echó a reír al comprobar lo lejos que estaba su marido de sus verdaderos pensamientos.
–En realidad, estaba pensando que tienes unos párpados por los que cualquier chica suspiraría.
–Ten cuidado –le advirtió Nick con fingido tono amenazador–. A un chico de la escuela primaria le di una buena tunda por decirme que tenía pestañas de mujer.

Miley volvió a reír. No obstante, a medida que se acercaban a su casa, es decir, a medida que se aproximaba el enfrentamiento con su padre, empezó a desaparecer el estado de ánimo alegre que ambos habían intentado mantener. Nick tenía que viajar a Venezuela dentro dos días, por lo que pronto dejarían de estar juntos. Y aunque el joven había aceptado no hablarle a Philip del embarazo, personalmente se oponía a ese silencio.

A ella tampoco le gustaba la idea de ocultar el asunto. Se sentía aún más culpable por el hecho de ser una novia embarazada. Quería aprender a cocinar mientras esperaba que Nick la llamase para que se reuniera con él en Venezuela. En los últimos días la idea de ser una verdadera esposa, con un marido y una vivienda propia, la había entusiasmado, a pesar de la desalentadora descripción que Nick le hizo de lo que probablemente sería la casa.
–Hemos llegado –anunció Miley poco después, y se internaron en el camino de entrada–. Hogar, dulce hogar.
–Si tu padre te quiere tanto como tú crees –comentó Nick para infundirle ánimos mientras la ayudaba salir del coche–, una vez que haya asimilado el trauma intentará arreglar el asunto de la mejor manera posible. –Miley se dijo que ojalá su marido estuviera en lo cierto, porque de lo contrario tendría que vivir con los Farrell mientras esperaba la llamada de Nick. Y lo cierto es que tal perspectiva no le gustaba, debido a la hostilidad de Patrick.
–Vamos allá –dijo la joven, exhalando un hondo suspiro mientras subían por la escalinata de la puerta principal.

Puesto que había llamado aquella mañana y le había comunicado a Albert que llegaría a primera hora de la tarde, daba por sentado que su padre estaría esperándola. No se equivocó. Apenas se abrió la puerta, Philip salió del salón con aspecto de no haber dormido en toda una semana.
–¿Dónde diablos has estado? –vociferó, dispuesto a agarrarla por los hombros. Sin advertir la presencia de Nick, que se quedó unos pasos atrás, prosiguió con voz iracunda–: ¿Estás intentando volverme loco, Miley?
–Cálmate un momento y te lo explicaré todo –rogó Miley , y señaló a Nick con la mano.

Entonces Philip vio al hombre que acompañaba a su hija.
–¡Hijo de pu/ta! –exclamó.
–No es lo que tú piensas –sollozó Miley- . Estamos casados.
–Estáis ¿qué?
–Casados –repitió Nick con voz serena y firme.
Philip no tardó más de tres segundos en deducir la única razón por la que su hija había podido casarse precipitadamente con un desconocido: estaba embarazada.
–¡Oh Dios!
La mirada abatida de sus ojos y la ira impregnada de angustia de su voz hirieron más a Miley que cualquier cosa que él pudiera decir. Sin embargo, de pronto la joven advirtió que eso no era más que el principio. La rabia se impuso en el rostro de Philip Bancroft. Ni angustia ni pena, solo furor. Giró sobre sus talones al tiempo que les ordenaba que entraran con él en el estudio. Cuando lo hicieron, cerró dando tal portazo que temblaron las paredes.

Ignorando a Miley, empezó a deambular por la habitación como un león enjaulado, lanzándole de vez en cuando una mirada de intenso odio a Nick. Tras un largo y angustioso momento, empezó a hablar, acusando al joven de asalto, violación y otras atrocidades. Como Nick lo escuchaba en silencio, la cólera de Bancroft crecía.
Nick y Miley estaban sentados juntos, en el sofá que hicieron el amor. Temblorosa y avergonzada, ella se sentía tan tensa y tan exhausta, que tardó en darse cuenta de que a su padre no le indignaba tanto el hecho de que ella estuviese embarazada cuanto que el responsable de ello fuera un individuo «ambicioso, un degenerado de clase baja», que pretendía ingresar con un matrimonio de esa índole en el círculo de los elegidos.

Cuando Philip enmudeció por fin, se dejó caer pesadamente en la silla de su escritorio. Se produjo un silencio ominoso. Philip tenía la mirada clavada en Nick, y con el cortapapeles daba golpecitos contra la mesa.
Miley, con la garganta ardiente por las lágrimas que no había derramado, comprendió que Nick se había equivocado. Philip no se adaptaría a la situación ni la aceptaría. Sin duda se comportaría con ella como años atrás había hecho con su mujer. La desterraría de su vida. A pesar de todos los desacuerdos existentes entre ambos, a Miley la destrozaba esta idea. Nick era todavía un extraño, y en adelante su propio padre iba a convertirse en otro extraño. Era inútil intentar la defensa de Nick, pues cuando ella trataba de hablar, su padre hacía oídos sordos o se ponía aún más furioso, Miley se puso de pie y, con toda la dignidad de que fue capaz, se dirigió a Philip.
–Mi intención era quedarme aquí hasta el día de mi viaje a Venezuela. Obviamente eso es imposible. Me voy arriba a recoger algunas cosas.
Se volvió hacia Nick para sugerirle que la esperara en el coche, pero su padre dijo con voz muy tensa:
–Miley, esta es tu casa y de aquí no sales. Además, Farrell y yo debemos hablar a solas.

A Miley no le gustó la idea, pero Nick le hizo un gesto de que se retirara.
Cuando la puerta se cerró tras ella, el joven se dispuso a recibir otra andanada que no se produjo. Philip Bancroft parecía haber ganado la lucha contra su sistema nervioso. Sentado, apoyándose en la mesa del escritorio con los dedos rígidos y la mirada fría, se mantuvo en silencio observando a Nick. Este se dio cuenta de que el padre de Miley buscaba las palabras más eficaces para dejarlo fuera de combate. Sin embargo, no pudo imaginar que Philip vulneraría su punto más sensible, en realidad, su único punto sensible en lo que a Miley se refería: el sentimiento de culpa. Además, Bancroft habló con una elocuencia inesperada que desconcentró a Nick.
–Felicidades, Farrell –empezó Philip con voz amarga y acústica–. Ha dejado usted embarazada a una inocente de dieciocho años, a una muchacha que tenía toda la vida por delante. ¡Y qué vida! La universidad, viajes, lo mejor de todo. ¿Sabe usted por qué existen clubes como Glenmoor? –En vista de que Nick persistía en su silencio, Philip continuó–: Existen para proteger a nuestras familias, a nuestras hijas, de basuras como usted. –Bancroft pareció intuir que había dado en el blanco, por lo que siguió hablando–: Miley tiene dieciocho años y usted le ha robado la juventud al dejarla embarazada y casarse con ella. Ahora quiere arrastrarla, hacerla rodar cuesta abajo como usted. Pretende llevársela a Venezuela y que viva la vida de un obrero. Yo he estado allí y conozco a Bradley Sommers. Conozco con total exactitud los sondeos que tiene previstos, cómo y dónde. Tendrá usted que abrir caminos en la selva para ir desde lo que allí se entiende por civilización hasta el campo petrolífero. Un temporal de lluvia y adiós a los caminos. Los suministros se hacen por helicóptero; y no hay teléfono, ni aire acondicionado. Y a ese húmedo agujero del infierno se quiere llevar a mi hija.

Cuando aceptó la oferta, Nick era consciente de que no iban a darle, aparte del sueldo, una gratificación final ciento cincuenta mil dólares solo por su simpatía. Tendría que sufrir muchas privaciones. Sin embargo, estaba razonablemente seguro de que podría arreglar las cosas de modo que Miley no lo pasara demasiado mal. Ahora, a pesar del desprecio que le inspiraba Philip Bancroft, sabía que aquel hombre tenía derecho a ciertas explicaciones con respecto al futuro bienestar de su propia hija. Por primera vez desde su llegada, el joven Farrell abrió la boca:
–Hay un pueblo muy grande a noventa kilómetros de distancia –empezó a decir con voz firme y decidida.
–¡Mentira! Noventa kilómetros son ocho horas en jeep siempre que el último camino abierto no haya sido invadido por la jungla. ¿En un pueblo así se propone enterrar a mi hija durante un año y medio? ¿cuándo la visitará? Usted estará haciendo turnos de doce horas, según tengo entendido.
–También hay cabañas en el campo –añadió Nick, aunque sospechaba, y así se lo hizo saber a Miley que no reunirían el mínimo nivel de habitabilidad, a pesar de lo que aseguraba Sommers. Asimismo, Nick sabía que Bancroft estaba en lo cierto en cuanto al lugar y sus inconvenientes, cifraba su esperanza en que a Miley le gustara Venezuela, que viviera aquel período de su vida con espíritu de aventura.
–¡Maravillosa vida la que usted le ofrece a Miley!  –ironizó lPhilip–. Una choza en el campo petrolífero o un cuchitril en una aldea olvidada de Dios en mitad de ninguna parte. –Bruscamente, cambió el ángulo de su siguiente puñalada–: Usted tiene agallas, Farrell. Lo admito. Tomó todo lo que yo podía darle sin vacilar. Me pregunto si tiene conciencia. Le ha vendido sus sueños a mi hija a cambio de su vida entera. Bueno, ¡ella también tenía sueños, cretino! Quería ir a la universidad. Desde su infancia ha estado enamorada del mismo hombre, el hijo de un banquero, alguien que le habría dado el mundo entero. Él no sabe que yo lo sé, pero es así. ¿Y usted?

Nick apretó los dientes y guardó silencio.
–Dígame una cosa. ¿De dónde ha sacado mi hija la ropa que lleva puesta? –Sin esperar respuesta, Bancroft prosiguió con voz burlona–: Ha pasado con usted unos días, tan solo unos días, y ya no parece la misma. Parece haber sido vestida por K. Nick. Ahora bien –continuó, y su voz adquirió el tono del hombre de negocios–, eso nos conduce a la siguiente cuestión, vital para usted, supongo: el dinero. Le aseguro que no verá un solo centavo del dinero de Miley. ¿Queda bien claro? –dijo, inclinándose sobre la mesa–. Ya le ha robado su juventud y sus sueños, pero sus dólares no se los robará. Tengo el control de su fortuna durante los doce próximos años. Si para entonces quiere la mala suerte que Miley esté todavía a su lado, antes que entregarle su herencia la invertiré hasta el último centavo en cosas que ella no podrá vender ni comerciar antes de que pasen otros veinticinco años.
Como Nick persistía en un frío silencio, Philip continuó:
–Si cree que sentiré lástima de verla vivir como va a vivir a su lado, y por lo tanto, que mandaré dinero también para usted, no me conoce lo más mínimo. Usted se cree duro, Farrell, pero aún no tiene idea de lo que es ser duro. Con tal de librar a Miley de sus garras no me detendré ante nada, y si eso significa permitir que ande vestida con harapos, descalza y embarazada, que así sea. ¿He hablado claro? –dijo, perdiendo un poco el control ante la impasibilidad de Nick.
–Perfectamente –respondió el joven–. Ahora déjeme que le recuerde algo. –Su expresión dura desmentía el golpe que Bancroft le había propinado al remover su sentimiento de culpa–. Aquí hay un niño de por medio. Miley está embarazada, de modo que todo lo que usted ha dicho ya no tiene ninguna importancia.
–¡Tenía que ir a la universidad! –replicó Philip–. Todo el mundo lo sabe. La enviaré lejos y tendrá ese niño. Y aún estamos a tiempo de considerar otra alternativa...
Los ojos de Nick se encendieron de furia.
–¡Nada va a ocurrirle al niño! –advirtió en voz baja pero amenazadora.
–Está bien. Si usted quiere al niño, quédeselo.
Durante la turbulenta semana anterior, ni Miley ni Nick habían pensado en esa alternativa. Había sido innecesario, por otra parte, dado el desarrollo de los acontecimientos entre ambos. Con mucha más convicción de la que sentía en estos momentos. Nick dijo:
–Eso no viene al caso. Miley quiere estar conmigo.
–¡Por supuesto que quiere! –masculló Philip–. Para ella, el sexo es una novedad. –Lanzándole a Nick mirada despectiva, añadió–: No lo es para usted, ¿verdad? –como dos hombres empeñados en un duelo ambos aguzaban la mente. Sin embargo, Philip tenía el arma más cortante, y el joven estaba a la defensiva–. Cuando usted se marche, cuando el sexo deje de ser parte de su atractivo, Miley pensará con más lucidez –declaró Philip con firmeza–. Querrá llevar a cabo sus sueños, no los suyos. Querrá ir a la universidad, salir sus amigos. Por eso –añadió a modo de conclusión.–, le pido una concesión por la que estoy dispuesto a pagarle generosamente. Si Miley es como su madre, el embarazo no se notará hasta los seis meses. Así que tendrá tiempo de reconsiderar. Y para que lo tenga, le ruego que mantenga en secreto este repugnante matrimonio y el hecho de que mi hija esté embarazada. Y le ruego que la convenza a ella en el mismo sentido.

Para no permitir que Philip creyera que había conseguido su aprobación, Nick aclaró:
–Miley ya ha decidido esperar hasta unírseme en Venezuela. –El placer reflejado en el rostro de Philip al oír su respuesta hizo que Nick apretara los dientes.
–Bien. Si nadie se entera del matrimonio todo será más claro y más limpio a la hora del divorcio. Farrell, le hago la siguiente oferta: a cambio de dejar libre a mi hija, contribuiré con una cantidad importante a ese est/úpido  proyecto que según ella tiene usted para cuando regrese de Venezuela.

Guardando un tenso silencio, Nick observó cómo Philip Bancroft sacaba un talonario, impulsado por un sentimiento de venganza. El joven dejó que llenara un cheque, con la intención de rechazarlo después. Sería una pequeña revancha por la amargura que aquel hombre le estaba haciendo tragar.
Cuando hubo terminado, Philip Bancroft arrojó el bolígrafo sobre la mesa y luego se puso en pie y empezó a recorrer el despacho de un extremo a otro. Nick se levantó lentamente.
–Cinco minutos después de que abandone esta habitación, ordenaré a mi banco que no le pague el cheque –advirtió Bancroft–. Tan pronto como usted convenza a Miley de que renuncia a esta parodia de matrimonio y le entregue a usted el niño, daré instrucciones al banco para que cobre. Esta cantidad, ciento cincuenta mil dólares, es la recompensa que recibe por no destruir la vida de una muchacha de dieciocho años. –Tomó el cheque, se lo tendió a Nick y con tono imperativo exclamó–: ¡Cójalo!
Nick ignoró el gesto y las palabras.
–¡Coja este cheque porque es el último centavo de mi fortuna que va a tocar jamás!
–¡No me interesa su maldito dinero!
–Se lo advierto, Farrell –masculló Philip con el rostro de nuevo encendido por la ira–: coja el cheque.
Nick le contestó con calma glacial.
–Métaselo en...
Bancroft le lanzó un ****azo con inusitado vigor, pero Nick lo esquivó, aferró el brazo del hombre y se retorció hasta sujetarlo a su espalda. Luego Nick farfulló:
–Escúcheme con mucho cuidado, Bancroft. Dentro de unos años tendré el dinero suficiente para comprarlo y vencerlo, pero si se mete usted con mi matrimonio lo enterraré. ¿Me ha entendido?
–¡Hijo de pu/ta, suélteme el brazo!
Nick le dio un empujón y se dirigió a la puerta. Bancroft recuperó la compostura casi al instante.

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