Perfecta Cap:3
Recuperada de la impresión, la
recepcionista ocultó una sonrisa, abrió un cajón del escritorio y sacó
varios pañuelos de papel, que entregó a Mile3y.
–¿Te gustaría llevártelo para enterrarlo en tu casa?
Era
exactamente lo que Miley tenía ganas de hacer, pero le pareció
percibir un tono divertido en la voz de la mujer, de manera que envolvió
al pez con rapidez y se lo entregó.
–No soy tan tonta, ¿sabe? No es más que un pescado. No es como si fuera un conejo o un animal especial como ésos.
Desde el otro lado del espejo, Frazier lanzó una risita y meneó la cabeza.
–Se
muere por hacerle un entierro con todas las de la ley a ese pececito,
pero su orgullo le impide admitirlo. –Se puso serio y preguntó–: ¿Y qué
me dices de sus dificultades de aprendizaje? Según los informes, sólo
posee nivel de segundo grado.
Con
un bufido muy poco profesional, la doctora Wilmer tomó el sobre de
papel manila que contenía el resultado de los tests de Miley. Se lo
pasó y dijo sonriendo:
–¿Por qué no estudias su nivel de inteligencia cuando las pruebas son orales y no tiene necesidad de leer?
Joe Frazier lo hizo y lanzó una carcajada.
–¡Esa criatura tiene un coeficiente intelectual más alto que el mío!
–Miley
es una criatura especial en muchos sentidos Joe. Lo noté en cuanto vi
su legajo, pero cuando la conocí supe que era así. Es valiente, sensible
y muy inteligente.
Bajo sus bravuconadas, tiene una extraña ternura,
una enorme esperanza y un optimismo quijotesco al que se aferra aunque
la desagradable realidad se encargue de tratar de destruirlo. Ella no
puede mejorar la suerte que le ha tocado en la vida, de modo que
inconscientemente se ha dedicado a proteger a los chicos del hogar en
que se la interne. Roba para ellos, miente por ellos, y los organiza
para que hagan huelgas de hambre, y ellos la siguen sin chistar. A los
once años es una líder nata, pero si no la alejamos con rapidez de ese
ambiente, algunos de sus métodos la harán aterrizar en un reformatorio y
con el tiempo en una cárcel. Y en este momento, ése no es el peor de
sus problemas.
–¿Qué quieres decir?
–Quiero
decir que, pese a todos sus maravillosos atributos, la autoestima de
esa chica es tan baja, que te diría que es casi inexistente. Como nunca
ha sido adoptada, está convencida de que no vale nada, de que no merece
que la quieran. Y como no sabe leer como los demás chicos de su edad,
cree que es tonta incapaz de aprender. Y lo más aterrorizante de todo es
que se encuentra a punto de darse por vencida. Es una soñadora, pero
sus sueños penden de un hilo. Y no estoy dispuesta a permitir que el
potencial, las esperanzas y el optimismo de Miley se desperdicien
–terminó diciendo Theresa con innecesaria vehemencia.
Ante su tono, el doctor Frazier no pudo meno que alzar las cejas.
–Perdóname por decirlo, Terry, ¿pero no eras tú la que predicaba que nunca había que dejarse involucrar con un paciente?
La doctora Wilmer esbozó una sonrisa triste, pero no lo negó.
–Era
mucho más fácil seguir esa regla cuando todos mis pacientes eran chicos
de familias pudientes que se consideraban “poco privilegiados” si no
les regalaban un auto de cincuenta mil dólares el día que cumplían
dieciséis años. Espera hasta haber trabajado más con chicos como Miley, chicos que dependen del “sistema” que les hemos organizado y
que de alguna manera se han deslizado por entre los resquicios de ese
mismo sistema. Entonces empezarás a no poder dormir, aunque nunca te
haya sucedido antes.
–Supongo
que tienes razón –dijo el doctor Frazier, devolviéndole el sobre de
papel manila–. Por pura curiosidad, me gustaría Saber: ¿por qué fue que
nadie adoptó a Miley?
Theresa se encogió de hombros.
–Fue
una combinación de mala suerte y desaciertos. Según su legajo del
Departamento de Servicios Infantiles y Familiares, la abandonaron en un
callejón a las pocas horas de nacer.
Su historia clínica indica que fue
un bebé prematuro, nació diez semanas antes de tiempo. Debido a eso y a
las malas condiciones en que se encontraba cuando la llevaron al
hospital, hasta los siete años tuvo una larga serie de problemas de
salud. Durante todo ese tiempo fue hospitalizada con frecuencia y era
muy débil. El Servicio Familiar le encontró padres adoptivos cuando
tenía dos años –continuó diciendo Theresa–, pero cuando se realizaban
los procedimientos de adopción, la pareja decidió divorciarse y la
devolvieron. Algunos años después, la volvieron a colocar con otra
pareja, que había sido estudiada en forma cuidadosa, pero Miley
contrajo una neumonía y sus nuevos padres adoptivos, que habían perdido a
su propia hija cuando tenía la edad de Miley en ese momento, quedaron
emocionalmente destrozados y renunciaron a la adopción. Después la
ubicaron con una familia paga, donde debía permanecer poco tiempo, pero
algunas semanas después la asistente social que se ocupaba del caso de Miley resultó gravemente herida en un accidente y nunca reanudó su
trabajo. A partir de ese momento se inicia la proverbial “comedia de
errores”: el legajo de Miley se extravió...
–¿Cómo?
–No
juzgues con demasiada severidad a la gente del Servicio Familiar. Casi
todas son personas muy dedicadas y concienzudas, pero no son más que
seres humanos. Considerando el exceso de trabajo y los problemas
financieros que tienen, es sorprendente que logren hacer todo lo que
hacen. De todos modos, para abreviar, los padres con quienes vivía Miley tenían la casa llena de chicos que alimentar y supusieron que el
Servicio Familiar no conseguía ubicar una pareja que quisiera a Miley
porque la chiquita no tenía buena salud. Y cuando el Servicio Familiar
se dio cuenta de que habían traspapelado el legajo, Miley ya tenía
cinco años y había pasado la edad más atractiva para ser adoptada.
Además tenía un largo historial de enfermedades y, cuando la sacaron de
esa casa para colocarla en otra, empezó a tener ataques de asma. A raíz
de eso perdió muchos días de clase en primero y segundo grados, pero
como era “una chiquita tan buena” las maestras la hacían pasar de grado
de todas maneras. El matrimonio en cuya casa vivía ya tenía a su cargo
otros tres chicos con problemas físicos, y estaba tan ocupado cuidando
de ellos que no notaron que el aprendizaje de Miley no avanzaba, sobre
todo porque de todos modos pasaba de grado. Pero al llegar a cuarto
grado, la misma Miley se dio cuenta de que no estaba a la altura de
sus compañeros, y entonces empezó a simular enfermedades para faltar al
colegio. Cuando el matrimonio que la tenía a su cargo insistió en que
asistiera a clases, Miley tomó el único camino que le quedaba para
evitarlo: cada vez que podía se hacía la rabona y vagaba con un grupo de
chicos de la calle. Como ya te dije, es rápida, valiente y decidida...
asi que ellos le enseñaron a robar mercadería de los negocios y a evitar
que la descubrieran.
»Prácticamente
conoces el resto: con el tiempo la pescaron robando y la mandaron al
instituto LaSalle, que es adonde envían a los chicos que no andan bien
en el sistema de hogares pagos. Hace algunos meses la apresaron,
injustamente, junto Con un grupo de chicos mayores que le estaban
enseñando a hacer arrancar un auto mediante un puente. –Terry lanzó una
carcajada ahogada y finalizó diciendo–;Miley no era más que una
observadora fascinada, pero sabe hacerlo. Se ofreció a demostrármelo.
¿Te das cuenta? ¡Esa chiquita de enormes ojos inocentes sabe poner en
marcha tu coche sin necesidad de una llave! Sin embargo jamás trataría
de robar un auto. Como te dije, sólo roba cosas que pueden ser útiles
para sus compañeros del LaSalle.
Con una sonrisa, Frazier indicó la pared espejo con la cabeza.
–Entonces supongo que un lápiz colorado, un bolígrafo y un puñado de caramelos les serán útiles.
–¿Qué?
–Mientras hablabas conmigo, tu paciente se ha apropiado de todo eso en la sala de espera.
–¡Dios Santo! –exclamó la doctora Wilmer, pero sin experimentar verdadera preocupación.
–¡Es
rapidísima! –observó Frazier con un dejo de admiración–. Yo la sacaría
de allí antes de que descubra la manera de sacar el acuario por la
puerta. Apuesto a que a los chicos del LaSalle les encantaría tener
algunos pececitos tropicales.
La doctora Wilmer consultó su reloj.
–En
cualquier momento me llamarán los Mathison desde Texas para decirme
cuándo estarán listos para recibirla. Quiero poder explicarle todo a
Mileycuando la haga pasar. –Mientras hablaba, sonó el comunicador y
se oyó la voz de la secretaria.
–La llama la señora Mathison, doctora Wilmer.
–¡Ese es el llamado que esperaba! –exclamó con alegría la doctora Wilmer.
Cuando
terminó de hablar, se puso de pie y se encaminó a la puerta, feliz al
pensar en la sorpresa que le tenía reservada a Miley.
–Miley –dijo desde la puerta–,
¿quieres entrar, por favor? –Y cuando Miley entró y cerró la puerta a
sus espaldas, Terry agregó con tono alegre–: Tu programa de tests ha
terminado. Ya llegaron todos los resultados.
En
lugar de sentarse, la joven paciente permaneció parada frente al
escritorio de la doctora Wilmer, con los pequeños pies levemente
separados, las manos metidas dentro de los bolsillos traseros del jean.
Se encogió de hombros con aparente indiferencia, pero no preguntó por
los resultados de los tests, porque Terry sabía que tenía miedo de oír
las respuestas.
–Esos
tests eran una tontería –dijo la chiquilla–. Todo el programa es una
tontería. Usted no puede saber nada sobre mí por una serie de tests y
algunas charlas en su consultorio.
–En
los pocos meses que hace que nos conocemos, he aprendido muchas cosas
sobre ti, Miley. ¿Quieres que te lo demuestre contándote lo que he
descubierto?
–No.
–Por favor, déjame decirte lo que yo creo.
Miley suspiró y esbozó una sonrisa traviesa.
–Lo quiera yo o no, usted lo mismo lo va a hacer.
–Tienes
razón –aceptó la doctora Wilmer, sofocando una sonrisa ante la astucia
del comentario. Los métodos directos que se proponía utilizar con Miley eran diferentes de los que solía usar, pero Miley era
naturalmente intuitiva y tenía demasiada experiencia callejera para
dejarse engañar por palabras azucaradas y verdades a medias–. Por favor,
siéntate –pidió, y en cuanto Miley se dejó caer en la silla frente al
escritorio, comenzó a hablar con tranquila firmeza–. He descubierto que
a pesar de todos tus actos atrevidos y tus bravuconadas, la verdad es
que te mueres de miedo cada día de tu vida, Miley. No sabes quién
eres, ni qué eres, ni lo que llegarás a ser. Como no sabes leer ni
escribir, estás convencida de que eres una imb/écil. Dejaste de asistir
al colegio porque no estás a la altura de otros chicos de tu edad y te
duele muchísimo que se rían de ti en clase. Te sientes atrapada y sin
esperanzas, y ésas son sensaciones que te resultan odiosas. Sabes que
renunciaron a ti cuando estaban por adoptarte, y que tu madre te
abandonó al nacer. Hace mucho tiempo que decidiste que tus padres
biológicos no te conservaron y tus padres adoptivos te devolvieron,
porque se dieron cuenta de que ibas a resultar una persona inservible y
porque no eras bastante inteligente ni bastante bonita. Así que
empezaste a cortarte el pelo como un varón, a negarte a usar ropa de
mujer y a robar cosas, pero sigues sintiéndote infeliz. Nada de lo que
hagas parece tener importancia, y en eso reside el verdadero problema: a
menos que te metas en líos, a nadie le importa lo que hagas. Y te
odias, porque quieres importarle a alguien.
La doctora Wilmer hizo una pausa para que Miley absorbiera sus últimas palabras, y luego siguió adelante:
–Tienes una necesidad tremenda de ser importante para alguien, Miley. Si pudieras pedir un solo deseo, sería ése.
Miley sintió que las lágrimas de humillación le hacían arder los ojos, y
parpadeó para contenerlas. A Terty Wilmer no le pasó inadvertido el
rápido parpadeo y los ojos húmedos, y supo lo que significaban las
lágrimas de Miley: que sus palabras acababan de dar en el blanco.
Suavizó el tono de su voz y siguió hablando.
–Odias
tener esperanzas y soñar, pero no lo puedes evitar, así que inventas
historias maravillosas y se las cuentas a los más chiquitos de LaSalle:
historias de chicos solitarios y feos que un día encuentran familias,
amor y felicidad.
–¡Está
completamente equivocada! –protestó Miley, poniéndose colorada hasta
la raíz del pelo–. Me está haciendo quedar como una... ¡chiquilina
llorona! Yo no necesito que nadie me quiera, y los chicos de LaSalle
tampoco. ¡No lo necesito, y tampoco lo quiero! Soy feliz...
–Eso no es cierto. Hoy tú y yo nos vamos a decir toda la verdad, y yo todavía no he terminado.
–Mantuvo la mirada en su pequeña paciente y declaró con suavidad, pero también con firmeza:
–Ésta
es la verdad, Miley: durante el tiempo que has estado en este
programa de tests, hemos descubierto que eres una chica valiente,
maravillosa y muy inteligente. –Sonrió al ver la expresión sorprendida e
incrédula de Miley–. El único motivo por el que todavía no has
aprendido a leer y escribir es que tuviste que faltar tanto al colegio
cuando estabas enferma, que luego no pudiste alcanzar a tus compañeros.
Eso no tiene absolutamente nada que ver con tu capacidad de aprender,
que es lo que tú llamas viveza y nosotros llamamos inteligencia. Lo
único que te hace falta para ponerte al día con tus estudios es que
durante un tiempo alguien te ayude. Y aparte de ser inteligente
–continuó, cambiando levemente de tema–, tienes una necesidad
perfectamente natural y normal de que te quieran por lo que eres. Eres
bastante sensible, por eso te ofendes con facilidad. También es por eso
que no te gusta que hieran los sentimientos de otros chicos, y entonces
haces grandes esfuerzos por verlos felices, y les cuentas cuentos y
robas cosas para dárselas. Ya sé que te resulta odioso ser sensible,
pero créeme que es una de tus mayores virtudes. Por lo tanto, lo único
que tenemos que hacer es ubicarte en un ambiente que te ayude a
convertirte en la joven mujer que puedes llegar a ser...
Miley palideció, pensando que esa palabra ambiente, tan poco familiar, debía
de ser sinónimo de alguna institución, de la cárcel tal vez.
–Conozco
a una pareja que podría ser tus padres adoptivos ideales: James y Mary
Mathison. La señora Mathison ha sido maestra, y está ansiosa por
ayudarte a ponerte al día con tus conocimientos escolares. El reverendo
Mathison es pastor...
Miley se levantó de un salto, como si acabaran de quemarle el trasero.
–¡Un
pastor! –explotó, meneando la cabeza al recordar los sermones acerca
del fuego del infierno y la condenación que había escuchado con
demasiada frecuencia en la iglesia–. No, gracias, ¡prefiero la cárcel!
–Nunca
has estado en la cárcel, de modo que no sabes de qué estás hablando
–declaró la doctora Wilmer y continuó hablando del nuevo hogar como si Miley no tuviera nada que decir al respecto, cosa que la pequeña
reconoció era así–. Hace varios años que James y Mary Mathison se
mudaron a una pequeña ciudad de Texas. Tienen dos hijos varones que te
llevan cinco y tres años y, a diferencia de otros hogares donde has
estado viviendo, allí no habrá otros chicos huérfanos. Formarás parte de
una verdadera familia, Miley. Hasta tendrás un cuarto propio, y ésas
son cosas nuevas para tí. He hablado con James y con Mary, y están
ansiosos por tenerte con ellos.
–¿Durante cuánto tiempo?
–preguntó Miley, esforzándose por de no dejarse llevar por la
excitación cuando posiblemente sólo se tratara de una cosa temporal y
que de todos modos no daría resultado.
–Para
siempre, suponiendo que te guste estar allí y que estés dispuesta a
seguir una regla estricta que ellos mismos se han impuesto y que también
han impuesto a sus hijos: la honestidad. Eso significa que no podrás
volver a robar, ni mentir, ni hacerte la rabona al colegio. Lo único que
te piden es que seas sincera con ellos. Están convencidos de que lo
serás, y están ansiosos por tenerte allí para que formes parte de la
familia. Hace algunos minutos me llamó por teléfono la señora Mathison, y
me dijo que salía a comprarte algunos juegos y cosas que te ayudarán a
aprender a leer y escribir con la mayor rapidez posible. Está esperando
que llegues para salir contigo a comprar cosas para tu dormitorio,
porque quiere que sea exactamente a tu gusto.
Miley hacía esfuerzos por contener su alegría.
–Supongo que no saben que me detuvo la policía, ¿verdad? ¿Por intervenir en raterías?
–Por eso y por intentar un robo mayor, automóviles. Sí, están enterados de todo.
–¿Y
a pesar de eso quieren que viva con ellos? –preguntó Miley con tono
burlón–. Realmente deben de estar muy necesitados del dinero que el
Servicio Familiar paga a los que reciben chicos huérfanos.
–¡El
dinero no tiene absolutamente nada que ver con la decisión de los
Mathison! –retrucó la doctora Wilmer, con tono severo–. Son una familia
muy especial. No son ricos en lo que a dinero se refiere, pero se
sienten ricos en otros sentidos... porque cuentan con otras bendiciones
que quieren compartir con una criatura que lo merezca.
–¿Y
creen que yo lo merezco? –se burló Miley–. Antes de tener una entrada
en la policía nadie me quiso ¿Por qué me va a querer alguien ahora?
La doctora Wilmer se puso de pie y rodeó el escritorio, ignorando la pregunta retórica.
–Miley –dijo con suavidad y esperó hasta que, a regañadientes, la chica
levantó la mirada–. Creo que eres la criatura más merecedora que he
tenido el privilegio de conocer. –Y ese cumplido sin precedentes fue
seguido por uno de los pocos gestos físicos de afecto que Miley había
conocido en su vida: la doctora Wilmer le acarició la mejilla mientras
decía–: No sé cómo has logrado seguir siendo tan dulce y especial como
eres, pero créeme que mereces toda la ayuda que yo te pueda dar y todo
el amor que creo que encontrarás en casa de los Mathison.
Miley se encogió de hombros, preparándose para la inevitable desilusión, pero
cuando se puso de pie descubrió que le costaba apagar la llama de
esperanza que había en su corazón.
–No cuente con eso, doctora Wilmer.
La doctora Wilmer sonrió con suavidad.
–Estoy contando contigo. Eres una chica muy inteligente e intuitiva y sabrás lo que es bueno cuando lo encuentres.
–Usted
debe de ser realmente capaz en su trabajo –dijo Miley, suspirando con
una mezcla de esperanza y de miedo al futuro–. Casi ha conseguido que
crea todas esas tonterías.
–Soy
excelente en mi trabajo –convino la doctora Wilmer–. Y fue muy
inteligente e intuitivo de tu parte que te hayas dado cuenta.
–Sonriente, tocó el mentón de Miley y agregó con suave solemnidad–:
¿Me escribirás de vez en cuando para contarme cómo te va?
–Por supuesto –dijo Miley con otro encogimiento de hombros.
–A
los Mathison no les importa nada de lo que he hecho en el pasado;
confían en que serás honesta con ellos de ahora en adelante. ¿También tú
estarás dispuesta a olvidar el pasado y a darles la posibilidad de
ayudarte a ser la persona maravillosa que puedes ser?
¿Por
qué me va a querer alguien ahora? Tantos halagos sin precedentes
hicieron que Miley lanzara una risita y elevara los ojos al cielo.
–Sí. Seguro.
Negándose a permitir que Miley le quitara importancia a su nuevo futuro, Theresa continuó diciendo con tono melancólico:
–Piénsalo, Miley. Mary Mathison siempre quiso tener una hija, pero tú eres la
única chiquita a quien ha invitado a ir a vivir con ella. A partir de
este momento, empiezas de nuevo, a partir de cero y con una familia
propia. Estás toda limpia, reluciente y nueva, como un bebé. ¿Lo
comprendes?
Miley abrió la boca para decir que lo comprendía, pero se le había formado un
extraño nudo en la garganta, así que sólo asintió. Theresa Wilmer
contempló esos inmensos ojos azules que la miraban desde esa encantadora
carita de duende y a ella también se le formó un nudo en la garganta
cuando pasó la mano por la cabeza rizada de Miley.
–Tal vez algún día decidas dejarte crecer el pelo –murmuró, sonriendo–. Será hermoso y abundante.
Miley por fin logró recuperar la voz, y frunció la frente, preocupada.
–Esa
dama... quiero decir, la señora Mathison..., usted no cree que tratará
de ponerme ruleros o cintas en el pelo o alguna bobada por el estilo,
¿verdad?
–No, a menos que tú quieras usarlo así.
El
estado de ánimo sentimental de Theresa continuó mientras observaba la
salida de Miley. Notó que la chiquita había dejado la puerta del
consultorio levemente abierta, y como la secretaria había salido a
almorzar, se levantó y fue a cerrarla. Cuando estaba por tomar el
picaporte, vio que Miley se apartaba de su camino para acercarse a la
mesita baja pero sin detenerse. Luego volvió a desviarse para pasar
junto al escritorio de la recepcionista.
Cuando
se fue, sobre la mesita baja había un puñado de caramelos. Sobre el
prolijo escritorio de la recepcionista quedaron un lápiz colorado y un
bolígrafo. Una sensación de júbilo, de orgullo y de triunfo
enronquecieron la voz de Theresa cuando susurró en dirección a la
chiquita que se alejaba:
–No querías que nada arruinara tu nuevo principio, ¿verdad, querida? ¡Así me gusta!
ok, al principio me confunde, pero luego todo fue tomando su corso, hahha me encanto, otra novela buena y espero que no la abandones ¬¬
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